El bufón amarillo no juega
pero gentilmente tira de las cuerdas
y sonríe mientras los títeres bailan
en la corte del Rey Carmesí.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Postmorten


Ya no queda puerta sino tan sólo un arco; aún así permanezco encerrado.

Recuerdo cuando la puerta aún exisitía y trataba de abrirla, de golpearla, de botarla. Recuerdo también otras cosas, incluso anteriores al musgo, al hedor, a la podredumbre. Sonidos: el golpe del cuerpo contra el suelo, la detonación, el salto del gatillo. Ahí comienzan mis recuerdos.

Su mirada desorbitada, su cuerpo lánguido aún tibio, la sangre formando un charco alrededor de la cabeza. Aun podía oír el eco del disparo vibrabando por toda la habitación.
El sonido acabó perdiéndose. El cuerpo se tornó rígido y frío. La sangre comenzó a secarse. Observé detenidamente.
Sus ojos se volvieron grisáceos y los labios se oscurecieron. la mancha oscura de sangre sobre el piso contrastaba con su ahora pálida piel. Quise alejarme de él.
El proceso posterior fue cada vez más desagradable. La carne descompuesta, el hedor que inundaba la casa y aquel rostro hundido que no podía dejar de ver.
Nadie se ocupó del cuerpo, de aquella masa descompuesta sobre el piso, de aquellos huesos. Traté de gritar para pedir ayuda, pero fue inútil.

Ya del cuerpo no queda mucho, tampoco de la casa cubierta de maleza y revestida en moho. Pero no me resigno al encierro y siento cada vez más aquel pesado arrepentimiento.
El revolver sigue en el suelo, tirado entre huesos, oxidándose lentamente. Pero de nada me sirve mirarlo, de nada me sirve que esté ahí... Ya morí una vez, no puedo hacerlo de nuevo.

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