El bufón amarillo no juega
pero gentilmente tira de las cuerdas
y sonríe mientras los títeres bailan
en la corte del Rey Carmesí.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Postmorten


Ya no queda puerta sino tan sólo un arco; aún así permanezco encerrado.

Recuerdo cuando la puerta aún exisitía y trataba de abrirla, de golpearla, de botarla. Recuerdo también otras cosas, incluso anteriores al musgo, al hedor, a la podredumbre. Sonidos: el golpe del cuerpo contra el suelo, la detonación, el salto del gatillo. Ahí comienzan mis recuerdos.

Su mirada desorbitada, su cuerpo lánguido aún tibio, la sangre formando un charco alrededor de la cabeza. Aun podía oír el eco del disparo vibrabando por toda la habitación.
El sonido acabó perdiéndose. El cuerpo se tornó rígido y frío. La sangre comenzó a secarse. Observé detenidamente.
Sus ojos se volvieron grisáceos y los labios se oscurecieron. la mancha oscura de sangre sobre el piso contrastaba con su ahora pálida piel. Quise alejarme de él.
El proceso posterior fue cada vez más desagradable. La carne descompuesta, el hedor que inundaba la casa y aquel rostro hundido que no podía dejar de ver.
Nadie se ocupó del cuerpo, de aquella masa descompuesta sobre el piso, de aquellos huesos. Traté de gritar para pedir ayuda, pero fue inútil.

Ya del cuerpo no queda mucho, tampoco de la casa cubierta de maleza y revestida en moho. Pero no me resigno al encierro y siento cada vez más aquel pesado arrepentimiento.
El revolver sigue en el suelo, tirado entre huesos, oxidándose lentamente. Pero de nada me sirve mirarlo, de nada me sirve que esté ahí... Ya morí una vez, no puedo hacerlo de nuevo.

martes, 25 de noviembre de 2008

La Partida



El rey me observa de frente; un revolver me apunta a las sienes y el hombre de gris que cruza la puerta me saluda quitandose el sombrero.
Todos saben lo que tengo en la mano, aún así están de acuerdo en cuanto al revolver -es la rutina de cada noche.
-El hombre de gris se apoya en la barra y pide un whisky.
Me rasco la barbilla, levanto el vaso, me bebo hasta la última gota y muestro mis cartas.
-El hombre de gris enciende un cigarro-
Nadie se sorprende, me he salvado nuevamente. Juro no volver a apostar mi vida, aún sabiendo que no lo cumpliré. Enfundan lentamente el revolver; la familia real me sonríe junto al vaso ya vacío y todos vuelven a lo propio.
-El hombre de gris termina su trago.
Recojo mis cosas y me acerco a la barra.
-El hombre de gris me sonríe y se acomoda el abrigo.
Me siento a su lado y miro de reojo la placa sobre su pecho: una huadaña de plata reluce en su centro. -muy delicado detalle de su parte.-
Le devuelvo la sonrisa y le invito otro whisky; el acepta encogiendo los hombros. –Un segador resignado.

Creo que comienza a cansarse con todo esto, más de un siglo que sigue mis pasos. Repartimos y recibimos golpes en las mismas tabernas, bebimos en las mismas barras, nos acostamos con las mismas prostitutas, recibimos las mismas balas y hasta dormimos en las mismas celdas.
Fue el primero -y tal vez el único- al que realmente aposté mi vida; también se que tarde o temprano será él quien termine mi copa, mas por ahora nuestro destino está unido: cabalgar juntos hasta que pierda la partida.