El rey me observa de frente; un revolver me apunta a las sienes y el hombre de gris que cruza la puerta me saluda quitandose el sombrero.
Todos saben lo que tengo en la mano, aún así están de acuerdo en cuanto al revolver -es la rutina de cada noche.
-El hombre de gris se apoya en la barra y pide un whisky.
Me rasco la barbilla, levanto el vaso, me bebo hasta la última gota y muestro mis cartas.
-El hombre de gris enciende un cigarro-
Nadie se sorprende, me he salvado nuevamente. Juro no volver a apostar mi vida, aún sabiendo que no lo cumpliré. Enfundan lentamente el revolver; la familia real me sonríe junto al vaso ya vacío y todos vuelven a lo propio.
-El hombre de gris termina su trago.
Recojo mis cosas y me acerco a la barra.
-El hombre de gris me sonríe y se acomoda el abrigo.
Me siento a su lado y miro de reojo la placa sobre su pecho: una huadaña de plata reluce en su centro. -muy delicado detalle de su parte.-
Le devuelvo la sonrisa y le invito otro whisky; el acepta encogiendo los hombros. –Un segador resignado.
Creo que comienza a cansarse con todo esto, más de un siglo que sigue mis pasos. Repartimos y recibimos golpes en las mismas tabernas, bebimos en las mismas barras, nos acostamos con las mismas prostitutas, recibimos las mismas balas y hasta dormimos en las mismas celdas.
Fue el primero -y tal vez el único- al que realmente aposté mi vida; también se que tarde o temprano será él quien termine mi copa, mas por ahora nuestro destino está unido: cabalgar juntos hasta que pierda la partida.