El bufón amarillo no juega
pero gentilmente tira de las cuerdas
y sonríe mientras los títeres bailan
en la corte del Rey Carmesí.

domingo, 23 de agosto de 2009

Ruleta


Afirmó lo mejor que pudo el revolver contra su sien. Las botellas de whisky vaciadas aquella noche impedían una motricidad más compleja. Sus compañeros al rededor de la mesa se tambaleaban y reían mientras él comenzaba a presionar el gatillo.
No era la primera vez que terminaba en estos juegos después de beber unas cuantas copas. Podría decirse incluso que bebía para perder el miedo al revolver, que el fin en sí era aquel revolver contra su cabeza y que el whisky era solo el medio para llegar a él.
Hace treinta segundos había visto el rostro angustiado y cubierto de sudor de su compañero mientras halaba el gatillo. Aquello demostraba que era primera vez que lo hacía, que tal vez durante esos insignificantes cuatro segundos y medio que había tardado en halar del gatillo, su vida entera había desfilado frente a su mirada y que en su inconsciente estaba ya maquinándose un inédito discurso de despedida.
Eso era por lo menos lo que le ocurría a casi todos los que por primera vez jugaban, aquella primera vez que para muchos fue la última. Pero a él ya no le ocurría nada de eso, ya no le sudaba la frente, había olvidado su discurso y la única angustia era la de saberse vivo otro día de no estar la bala en el cañón.
En cuanto a los recuerdos desfilando era aún más patético; la primera vez que jugó vio pasar su vida, ahora, sólo veía pasar una secuencia de imágenes idénticas, de un juego tras otro y de compañeros perdidos cada noche hasta que todos los rostros se funden en el rostro del desconocido frente a él sentado.
La primera vez que jugó le quedaba poco; unos cuantos malos recuerdos y unos cuantos amigos compartiendo su agobio. Ahora solo le queda la esperanza de escuchar el sonido tranquilizador de una detonación muy cerca de su oído.

Frente a él un ebrio suicida lo mira con desconcierto por encontrarse frente a una leyenda; una leyenda de muerte, una leyenda que al mirarla a los ojos sólo se ve indiferencia. Aquel hombre que no conocía, pero del cual tanto había oído. Aquel hombre que en estos momentos hala un gatillo apuntando su cráneo, está ya muerto. Renunció a la vida cuando por primera vez jugó y murió cuando dejó de sudar y recordar.

Mientras el primerizo lo miraba y seguía pensando, él, con su mirada de eterna indiferencia, haló del gatillo. Aquel disparo que escuchó muy cerca de su oído un segundo antes de desplomarse sobre la mesa no lo mató, tan solo confirmó su muerte.
Sus compañeros de mesa levantaron el cuerpo y lo fueron a enterrar. El primerizo se quedó sentado y destapó otra botella; tomó el revolver y puso una nueva bala; sirvió dos vasos y se quedó a esperar ignorante de su propia indiferencia.

jueves, 19 de febrero de 2009

Paranoia


Si, lo sé. Estoy seguro de lo que harán. Por más que haya querido adelantármeles no lo logré, al fin y al cabo igual nos descubrieron.

Pero ¿Que se supone que debo hacer ahora? Sabía que tarde o temprano sucedería y aun así no me preparé lo suficiente

Lo más probable es que estén buscandome y no tardarán mucho en encontrarme. Conozco muy bien como trabajan.

Quizás contrataron a alguien de afuera para hacerlo,es lo más obvio. Pero de ser así puede ser cualquiera, el gorila de abrigo que está en la esquina, aquel viejo de sombrero sentado en la banca, el muchacho de gafas oscuras con el que choqué en la puerta o, tal vez, el hombre del periódico con el cual conversé en el ascensor, aquel que me sonrió tan particularmente, como con lástima, como si pudiera ver en mi rostro la marca del condenado.

Mierda, ese titular en el periódico me está afectando demasiado, me estoy volviendo paranóico. Debo tranquilizarme; debo hacerlo.

Ya son las 9:15, volveré a mi rutina como si nada sucediera, entraré a la oficina y olvidaré todo.

Por qué se demorará tanto ese maldito semáforo. Cada segundo parado en esta esquina me desespera más, cada mirada me inquieta, debo volver a la oficina y sevirme un trago, así me calmaré.

Por fin el verde, ojalá sea lo suficientemente largo para alcanzar a cruzar ambas pistas, no quiero estár un segundo más en esta maldita calle, no pienso aguantar otro semáforo, no...

Es todo muy rápido; la punzada en la nuca, mi cuerpo desplomándose y la gente corriendo en todas direcciones. Estoy de cara en el asfalto y no siento mis extremidades. Se me nubla la vista, los gritos se mezclan en un sonido indescriptible y lejano.

Debo reconocer que fue muy profesional.; un solo tiro, certero, sin dolor, de hecho ya no siento mi cuerpo, comienzo a dormirme y a soñar. Veo el titular del periódico, la expresión indesifrable del individuo en el ascensor; creo que no sólo yo lo sabía, sino toda la maldita ciudad. Tal vez sólo esperaban que sucediera pronto y acabara de una vez con la angustia. Al menos así lo esperaba yo.

viernes, 13 de febrero de 2009

El Encuentro


Lo observé detenidamente. Había estudiado su rutina durante tres semanas enteras, pero nunca lo había contemplado tan de cerca, nunca había cruzado palabra alguna con él.
Según mis registros todos los lunes salía a las 8:30 horas desde su hogar para llegar a su oficina a eso de las 9:15.
Entonces ¿Por qué estaba ahí? No tendría porque haber estado en ese ascensor y mucho menos a esa hora. Me demostró que no estaba haciendo correctamente mi labor, que había pasado algo por alto y que ese descuido me pudo haber costado muy caro. Llegué a creer que todo se había venido abajo.
Por suerte no fue así, él retomó su rutina y todo volvió a su normalidad. Lamentablemente para mí las cosas fueron aún más allá; yo si alteré mi trabajo.
No acostumbro conversar con los sujetos en cuestión, pero aquel encuentro en el ascensor fue toda una sorpresa. Al verlo supe que algo estaba mal, pero no pensé hasta que punto.
Por lo general no hago preguntas, no me interesa la razón, tan solo cumplo con hacer mi trabajo. Pero esa conversación casual en el ascensor fue demasiado reveladora para mi gusto, y todo por ese estupido titular en el periódico.
Su rostro además, se veía preocupado, muy preocupado.
Si, vi su rostro; lo observé detenidamente e incluso llegué a sentir simpatía por aquel individuo. Grave error; no debí haberlo mirado, debí haberme mantenido siempre detrás del periódico.
Nunca antes me había sucedido y espero que nunca vuelva a sucederme. Realmente fue incomodo. No se imaginan lo que es ver su rostro y recordar sus palabras dichas exactamente veinte minutos antes.
Pero después de todo, es mi trabajo. Mas aun, no negaré que me tembló el labio; no fue fácil halar del gatillo mientras aún recordaba sus palabras.